Madre e hijo
Las madres del mundo son dignas del máximo respeto, pues tienen en sus manos la capacidad y la responsabilidad más grandes: las de traer al mundo una nueva vida y atender su crianza y desarrollo. La prosperidad de la familia, la sociedad o la nación, incluso la del planeta entero, en última instancia, descansa sobre los hombros de las madres. Deseo felicitar a todas las mamás que luchan por cuidar a sus hijos, pues su preciosa tarea es la fuente de un valor inimaginable. Espero que sientan un gran orgullo por la maravillosa misión que llevan a cabo.
La influencia que ejerce una madre sobre su hijo es como la del aire que rodea al ser humano: invisible, pero suprema, por su poder e importancia. Aun sin palabras y del modo más natural, la madre transmitirá su visión de la vida al niño y afectará todo su ser. Gracias al contacto con su madre, los pequeños aprenden a enfrentar las circunstancias difíciles, desarrollan la capacidad para distinguir el bien del mal, y el coraje para defender lo que creen correcto.
Los niños observan todo lo que su madre hace. Cuando el hijo oye a su mamá decir una mentira, como si fuese lo más natural del mundo, está recibiendo su primera lección de cómo convertirse en un acabado mentiroso. De igual modo, si la mamá se muestra siempre franca, abierta y vivaz, aun cuando nunca logren una buena posición social o económica, los niños heredarán el más valioso de todos los tesoros: una fuerza espiritual inquebrantable. Esa fortaleza interior es lo que determina si un niño va a llevar una vida feliz o desdichada.
En términos generales, cuanto más difíciles son las circunstancias del hogar, más fortaleza desarrolla una madre. Si ella es fuerte, su familia será invencible, por más tribulaciones que sus integrantes deban enfrentar.
En la famosa novela Las uvas de la ira, de John Steinbeck (1902-1968), se relatan las vicisitudes de una familia que, durante la gran depresión de los Estados Unidos en la década de 1930, decide viajar hacia el oeste del país, en busca de trabajo. La obra describe la indestructible fortaleza de Ma Joad, la madre de la familia. El padre le pide opinión a su esposa sobre la posibilidad de emigrar al oeste: "¿Podemos, Ma?". Y ella contesta firmemente: "No se trata de si 'podemos', sino de si 'lo haremos'. Si la pregunta es '¿podemos?', la respuesta es que no podemos hacer nada; no podemos ir a California ni nada; si la pregunta es '¿lo haremos?', pues bien, haremos lo que tengamos que hacer".
Al llegar a la tierra de sus sueños, se encuentran con que toda la región está atestada de familias desesperadas por encontrar trabajo. A partir de entonces, los protagonistas de la novela sufren una serie de desventuras. Ma rehúsa rendirse, y Steinbeck lo describe así: "Sus ojos color avellana parecían haber experimentado todas las tragedias imaginables y haber escalado la pendiente del dolor y del sufrimiento, hasta llegar a una calma suprema y a una comprensión sobrehumana". La luz de su alma se abría paso a través de ella, como si el Sol se elevara sobre oscuras nubes de agonía. "Y Ma sabía que el único modo de que el viejo Tom y los niños estuvieran a salvo del dolor o del temor, era que ella misma negara íntimamente la existencia del dolor y del temor". De modo que luchó antes que nada para dominarse a sí misma, erradicando la impaciencia y las quejas.
Cuando el Sol se oculta, todo queda en sombras; pero cuando se asoma nuevamente y disipa las tinieblas, el mundo entero suspira aliviado. Una madre es verdaderamente como el Sol, pues nos inunda con su calidez; muchas veces, incluso sufre por los demás y lo hace con jubilosa disposición.
Sin embargo, siento que no siempre es adecuado alabar la desinteresada pero a veces excesiva protección que una madre ejerce sobre sus hijos. A veces, cegadas por su devoción absoluta, algunas madres son demasiado indulgentes con los caprichos de sus niños y terminan malcriándolos. De modo que en lugar de brindarles felicidad, esa actitud termina por hacerlos sumamente desdichados, cuando más adelante, al intentar establecer relaciones con los demás, se dan cuenta de que están muy lejos de ser el centro del universo. Por lo tanto, cuando se trata de educar a los hijos para que lleguen a ser personas realmente cabales, las madres deben tener presente que, más de una vez, la gentileza debe ir de la mano de la disciplina.
Un antiguo relato chino cuenta que una vez la madre de un poderoso general reprendió severamente a su hijo, que acababa de regresar triunfante a casa después de una batalla. La mujer se negó a dejarlo entrar en su morada y, por medio de un mensajero lo increpó con estas palabras: "¿Qué has hecho? Tus soldados apenas probaron alimento, mientras tú devorabas exquisitos manjares. Enviaste a otros a la muerte mientras tú te arrellanabas en tu silla de general. Puede que hayas ganado la batalla, pero has fracasado como líder. No eres mi hijo. No te dejaré entrar en mi casa". Afortunadamente, las poderosas palabras de la madre conmovieron el corazón del general y lograron que, finalmente, este se convirtiera en un líder más fuerte y sabio, que se preocupaba en verdad por su gente.
Si bien una mujer puede estar sumamente atareada con su trabajo, sus tareas domésticas y la crianza de los hijos, nunca debe descuidar su propio crecimiento como ser humano. Los niños buscan un ejemplo en sus padres y desean poder respetarlos y admirarlos. En consecuencia, una mamá no debe dejarse estar y descuidar su desarrollo personal en ninguna etapa de su existencia. Las madres más positivas no son aquellas que se conforman con sacrificarse íntegramente en bien de los hijos, sino las que se esfuerzan por pulir y mejorar continuamente su propia vida.
Una mujer que no posee una clara conciencia de sí misma y no tiene el deseo de crecer y desarrollarse, puede sin duda inspirar gratitud por todo lo que ha brindado, pero su capacidad para conquistar el respeto de sus hijos tal vez sea un tanto limitada. El modo de ser de una madre, es decir, su personalidad, es el tesoro más preciado que pueden recibir sus hijos de ella.
Prácticamente todas las madres son mujeres verdaderamente tiernas y afectuosas, de gran corazón. Sin embargo, lo importante es que tengan una profunda visión. Solo una madre que posea amor por la justicia y un firme deseo de lograr la paz tendrá el coraje y la confianza para tratar a todos con afecto; podrá, además, educar a sus hijos de modo que ellos desarrollen un espíritu firme, gran creatividad y una mentalidad amplia y abierta.
Creo sinceramente que cuando las madres entreguen su afecto maternal no solo a sus propios hijos, sino a toda la comunidad, y se unan a otras madres para denunciar el mal dentro de la sociedad, se convertirán en las verdaderas artífices de un gran cambio en el mundo.